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lunes, 7 de junio de 2010

Una agitada mañana

Me bajé del autobús como siempre, semi-despierto. Los pasos eran inmensos yunques que imploraban que me detuviera ante las bancas ubicadas a las doce en punto, pero no, la responsabilidad y el remordimiento masticaban en mi mente como un chicle que ya había sido triturado por horas. No sé por qué, pero cada miércoles en la mañana, el trayecto de la entrada a los bloques, es cada vez más lejana. Como en esos sueños en los que el camino se aleja y te sumerges en el recuerdo del famoso “Moon walk” de Michael Jackson.

Era el comienzo de clases, y para mi sorpresa había demasiada gente circulando de aquí para allá, como si se tratara de una estación de metro o algún terminal. No terminé de entender la realidad hasta que el estomago rugió como Smaug, el famoso dragón que fue el dolor de cabeza de Bilbo en la Montaña Solitaria. Saludo, suelto el bolso y me pierdo, tres movimientos rápidos que me dieron la posibilidad de llenar el saco de forma bastante improvisada.

Luego del retorno al salón, la clase comienza de manera normal. La entrega de los trabajos, que habían sido asignados para después de vacaciones, delataban aquellos rostros que por alguna confusa, desquiciada, sinvergüenza y desequilibrada razón nos tenían en un ambiente lleno de repudio hacia nosotros mismos.

Transcurrida la primera hora de clase, ya se sentía en el pasillo, la turbulenta oleada de gritos, consignas y aplausos. Como siempre, la clase continuó ante la desconfiada situación. Sin esperar lo inesperado, se escuchó un gran estruendo, que consiguió girar la cabeza de la profesora con una velocidad de relámpago, justo en el momento en que se dirigía a plasmar una idea en el pizarrón. Su cara era una composición de terror y asombro, que se desproporcionaba en los ojos inyectados de furor.

A pocos instantes de finalizar la clase, la ventana ya mostraba un mar de personas que se dirigían a toda velocidad por la grama, luego al estacionamiento y después al portón.
¡CLARO! La reforma de la ley, era la razón de esta nueva huelga que nos ponía los pelos como escarpia, debido a la cantidad de rumores que nos tenían invadidas nuestras mentes.

Cuando salimos del salón, agrupados como una manada de cebras, las cabezas de las personas que se encontraban al final del pasillo apuntaban a una sola dirección, la de la calle. Y para no darle más rienda suelta a la imaginación, un pobre camión de Plumrose se alejaba inútilmente en retroceso ante la acometida de los protestantes.

Cuando mis sentidos de periodista despertaron y mi intensión de dirigirme a la “escena del crimen” crecía debido a la adrenalina, una inoportuna mano me sujetó con fuerza y me alejó de mi mayor deseo de información.


Gráfica: www.panoramio.com/photo/20157052

Diego Hernández León

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