La silla era sumamente incomoda, parecía que estuviera de acuerdo con la tripas que se retorcían del hambre atroz que me desgastaba. Cada vez que miraba, con ansias, el trayecto del lugar donde sale la comida, sufría. Los minutos fueron mortales, no podía con semejante angustia y el celular no era un buen pasatiempo, no ayudaba en lo absoluto.
De pronto, apareció, el pan del perro estaba gordísimo, la carne y el pollo desbordaban cuanta salsa habían colocado tan afanosamente. Los vegetales se encontraban en el fondo, excelente ingrediente ecológico. En el medio estaban las papas, saladas y crujientes. Y de último, en el techo, capota o cubierta del hermoso pan, la charcutería; una excelente combinación de jamón y queso amarillo; un toque de tártara dejaba el panorama perfecto para “el filo” que me cortaba las entrañas.
Tras unos pocos segundos, el perro desapareció y lo que había sido una tortura china, se convirtió en el tan esperado alivio. Esperé un momento, y me dedique a observar. Uno se vuelve mirón después de las siguientes acciones, o has ido al baño a contribuir con tu condición humana o acabas de comer.
Al frente, tres chamos; todos más o menos de mi edad. Discutían una diversidad de temas triviales, que me hizo sonreír en más de una ocasión; como por ejemplo: el curioso comentario del costo de una bala detallada, 7bsF, ¡NO JODA!
Pagué y me retiré, crucé la calle con total naturalidad, obviando por supuesto que el extremo al que me dirigía (extremo del parque) estaba totalmente oscuro. Claro, el razonamiento de la electricidad es un caso del que nadie se salva.
Cuando caminaba por la oscura acera, oigo a lo lejos un silbido y detrás una frase, “Epa pana”. Lo ignoré mientras me dedicaba a pensar en la llegada a mi morada. Ya terminando la cuadra, el silbido volvió, pero con mayor volumen e insistencia, y otra vez el espantoso, “Epa pana”. En ese instante, viré la cabeza y pude concretar una sombra oscura, alguien se aproximaba y venía ya con todos los pasos en dirección hacia mi.
Yo, como buen pendejo, observe el perímetro, rogando que alguien estuviera ahí, ya sea para suponer que la persona a la que “la sombra” llamaba era a ella, o para sencillamente no verme en un escenario tan incomodo. Pero que va, nadie, ni un carro, ni un alma, ni un perro, nada.
En ese momento lo supe, y lo supe muy bien porque el frio creció desde las nalgas hasta la cabeza y
luego al rostro; estaba cagado. Una lluvia de pensamientos y análisis me hicieron concluir lo que debía hacer.
Primero pensé en correr, uno aumenta su condición física cuando hay adrenalina en el cuerpo, y créanme que en el mío había mucha. Pero pronto fue descartada esa opción, ¿correr a donde? Me encontraba en un lugar desértico y mi edificio quedaba en la calle más oscura. Si lo hacía, me exponía a que pasara algo peor.
Luego solo supuse que debía seguir caminando, haciéndome el loco, pero ya era tarde, la figura revelaba a un hombre, de franelilla, vestía de negro y de piel trigueña. No supe que hacer, porque podía fijarme que venía solo, aunque el parque se encontraba sin luz, y podía ser la perfecta estrategia de un señuelo, para que una vez cerca de mí, salir de cualquier sitio otros dos o tres “locos” más.
Ante la desventaja que tenía por todos lados, y que de cualquier forma estaba solo; decidí enfrentar la situación, no muy convincente, claro está.
Me di vuelta y me acerque a la puerta del parque, la que da a la venida. Ya la figura no era figura, ya que al salir de las sombras, pude notar una pequeña cresta del cabello del chamo y de su mano un pequeño vaso, me hacía suponer su actividad previa. ”UFF, un punk anarquista”, me dije en mi cabeza, y las morochas volvieron a sus lugares.
-Háblame Joe- fue todo lo que me salió tras el segundo alivio de la noche. – Pana disculpa la vaina- dijo el chamo, que aunque no lo crean era más bajo que yo; parece mentira, las personas suelen ser más grandes mientras más lejos están – ¿Tú no sabes si por aquí controlan ganja?- fue su expresión mientras juntábamos los puños en forma de saludo, olvídense si creen que le iba a dar la mano, puede que tuviera burundanga.
Lo cierto es que al rato, la conversación fue simplemente agradable. Le hice entender que no consumía y que por esa zona no había nadie que le podía facilitar ganja- Tal vez en el centro –dije - Pero es que no somos de aquí, ando con unas jevas, soy de Barinas- -Ah ok, no eres de aquí- respondí con una carcajada.
Tras unas pocas palabras intercambiadas, el chamo dijo con cierta vergüenza, tal vez notó la cara de cagado que tuve al principio –Disculpa la vaina, yo no quiero hacerle daño a nadie, no me gusta para nada la violencia- fueron sus palabras mientras se llevaba el pequeño vaso de plástico a la boca, y los ojos verdes desprendían anarquía a chorros.
-Claro, 0 violencia- ¿0 violencia?, “que frase tan mala”; pensé tras meditar.
El joven se despidió y todo volvió a la normalidad. Llegué a mi casa, y conté la historia de manera resumida a mi familia, con una ñinguita de gracia, por cierto. Es curioso, pero lo que yo pensaba que me iba a pasar, lo que viví en tan pocos, pero tan pocos segundos, terminó siendo un simple episodio en mi vida. Obviamente esto pasa, cuando el contexto sombrío y mi perplejidad, se juntan para hacerle a su buen servidor, una mala jugarreta.
De pronto, apareció, el pan del perro estaba gordísimo, la carne y el pollo desbordaban cuanta salsa habían colocado tan afanosamente. Los vegetales se encontraban en el fondo, excelente ingrediente ecológico. En el medio estaban las papas, saladas y crujientes. Y de último, en el techo, capota o cubierta del hermoso pan, la charcutería; una excelente combinación de jamón y queso amarillo; un toque de tártara dejaba el panorama perfecto para “el filo” que me cortaba las entrañas.
Tras unos pocos segundos, el perro desapareció y lo que había sido una tortura china, se convirtió en el tan esperado alivio. Esperé un momento, y me dedique a observar. Uno se vuelve mirón después de las siguientes acciones, o has ido al baño a contribuir con tu condición humana o acabas de comer.
Al frente, tres chamos; todos más o menos de mi edad. Discutían una diversidad de temas triviales, que me hizo sonreír en más de una ocasión; como por ejemplo: el curioso comentario del costo de una bala detallada, 7bsF, ¡NO JODA!
Pagué y me retiré, crucé la calle con total naturalidad, obviando por supuesto que el extremo al que me dirigía (extremo del parque) estaba totalmente oscuro. Claro, el razonamiento de la electricidad es un caso del que nadie se salva.
Cuando caminaba por la oscura acera, oigo a lo lejos un silbido y detrás una frase, “Epa pana”. Lo ignoré mientras me dedicaba a pensar en la llegada a mi morada. Ya terminando la cuadra, el silbido volvió, pero con mayor volumen e insistencia, y otra vez el espantoso, “Epa pana”. En ese instante, viré la cabeza y pude concretar una sombra oscura, alguien se aproximaba y venía ya con todos los pasos en dirección hacia mi.
Yo, como buen pendejo, observe el perímetro, rogando que alguien estuviera ahí, ya sea para suponer que la persona a la que “la sombra” llamaba era a ella, o para sencillamente no verme en un escenario tan incomodo. Pero que va, nadie, ni un carro, ni un alma, ni un perro, nada.
En ese momento lo supe, y lo supe muy bien porque el frio creció desde las nalgas hasta la cabeza y
luego al rostro; estaba cagado. Una lluvia de pensamientos y análisis me hicieron concluir lo que debía hacer.
Primero pensé en correr, uno aumenta su condición física cuando hay adrenalina en el cuerpo, y créanme que en el mío había mucha. Pero pronto fue descartada esa opción, ¿correr a donde? Me encontraba en un lugar desértico y mi edificio quedaba en la calle más oscura. Si lo hacía, me exponía a que pasara algo peor.
Luego solo supuse que debía seguir caminando, haciéndome el loco, pero ya era tarde, la figura revelaba a un hombre, de franelilla, vestía de negro y de piel trigueña. No supe que hacer, porque podía fijarme que venía solo, aunque el parque se encontraba sin luz, y podía ser la perfecta estrategia de un señuelo, para que una vez cerca de mí, salir de cualquier sitio otros dos o tres “locos” más.
Ante la desventaja que tenía por todos lados, y que de cualquier forma estaba solo; decidí enfrentar la situación, no muy convincente, claro está.
Me di vuelta y me acerque a la puerta del parque, la que da a la venida. Ya la figura no era figura, ya que al salir de las sombras, pude notar una pequeña cresta del cabello del chamo y de su mano un pequeño vaso, me hacía suponer su actividad previa. ”UFF, un punk anarquista”, me dije en mi cabeza, y las morochas volvieron a sus lugares.
-Háblame Joe- fue todo lo que me salió tras el segundo alivio de la noche. – Pana disculpa la vaina- dijo el chamo, que aunque no lo crean era más bajo que yo; parece mentira, las personas suelen ser más grandes mientras más lejos están – ¿Tú no sabes si por aquí controlan ganja?- fue su expresión mientras juntábamos los puños en forma de saludo, olvídense si creen que le iba a dar la mano, puede que tuviera burundanga.
Lo cierto es que al rato, la conversación fue simplemente agradable. Le hice entender que no consumía y que por esa zona no había nadie que le podía facilitar ganja- Tal vez en el centro –dije - Pero es que no somos de aquí, ando con unas jevas, soy de Barinas- -Ah ok, no eres de aquí- respondí con una carcajada.
Tras unas pocas palabras intercambiadas, el chamo dijo con cierta vergüenza, tal vez notó la cara de cagado que tuve al principio –Disculpa la vaina, yo no quiero hacerle daño a nadie, no me gusta para nada la violencia- fueron sus palabras mientras se llevaba el pequeño vaso de plástico a la boca, y los ojos verdes desprendían anarquía a chorros.
-Claro, 0 violencia- ¿0 violencia?, “que frase tan mala”; pensé tras meditar.
El joven se despidió y todo volvió a la normalidad. Llegué a mi casa, y conté la historia de manera resumida a mi familia, con una ñinguita de gracia, por cierto. Es curioso, pero lo que yo pensaba que me iba a pasar, lo que viví en tan pocos, pero tan pocos segundos, terminó siendo un simple episodio en mi vida. Obviamente esto pasa, cuando el contexto sombrío y mi perplejidad, se juntan para hacerle a su buen servidor, una mala jugarreta.
Diego Hernández León
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