Cuando quise, por primera vez, dejarme crecer el cabello, reconozco, fue por seguir algún estereotipo. De niño, cuando mi introducción a la música estaba en manos de la banda mexicana, Maná; siempre mi meta era esa: “dejarme crecer el pelo”.
La niñez, por razones obvias, no me permitió el deseo que llevaba por dentro. Lo sustituí por la gelatina. “Articulo de belleza” que causaba el mismo disgusto a las monjas de mi colegio como lo hubiese sido la cola de caballo.
El liceo fue sin lugar a dudas una lucha eterna. 7mo, 8vo y 9no fueron el campo de batalla más largo que he dado en mi vida por una causa. Una que otra vez me regresaron a mi casa, me descubrieron a pesar de las capas y capas de gelatina. Frustración, solo eso.
Terminé mi bachillerato sin mucha pelea, y cedí por un tiempo para concluir, tranquilamente, esa etapa de mi vida. Fui paciente hasta mi salida, la libertad anhelada. Por fin podía ser quien quería, sin que nadie me detuviera.
La conmoción llegó hasta la universidad, para mi sorpresa, la misma exigía, obligaba e imponía el “corte de pelo para caballero”. ¿QUE? Rafael Belloso Chacín, tierra de prejuicios y conservadurismo, como si un asesino necesita determinada apariencia para cometer sus crímenes. De nuevo se me fue reprimida mi voluntad.
Cuatro meses estuve allá y la costumbre se estaba convirtiendo en mi única amiga y consuelo.
Pero la luz del túnel terminó siendo un sol radiante, rejuvenecedor y de alegría infinita. El ser que más amo me ofreció la opción de desplegar mi carrera en una de las universidades con mayor prestigio del país y Latinoamérica, en donde el concepto de “UNIVERSIDAD” era aplicado totalmente. Me fui a la ULA.
Ahí logré ser yo. Ya no más problemas por el atuendo, por lo que se debe ser y lo que no. Me he llenado de dicha encontrando a PROFESORES con el cabello largo, argollas y de mente abierta. Tomando en cuenta la apariencia como lo que es, el exterior.
He hecho feliz a muchas personas mientras mantuve mi cabello largo. A algunos, simplemente, no les interesaba. Ahora que me lo corté todo, he hecho feliz a otro grupo de personas, y hasta lagrimas ha cobrado mi acción.
No hay razón precisa, no hay excusa. No maduré como dicen, ni me interesa “verme serio” como otros comentan. No se me pegó un chicle y los piojos fueron otra batalla que logré ganar cuando mis hombros estaban cubiertos por mi cerdas.
Mi cabello causó y causa lo que somos en el mundo, una gama de individuos que se encuentran identificados con algunas acciones y otras no. Es la pluralidad de la que estamos llenos, de la diversidad. Del no pensar de la misma forma. De no querer ser iguales con o sin esto y aquello.
Una vez que creció, no lo hice por seguir un estereotipo, como al principio si lo era. Y ahora que hay solo recuerdos, tampoco lo hice por seguir otro.
La gente se asombra al verme y en ocasiones olvido cual es la razón. De cualquier forma, estoy satisfecho y no me arrepiento de lo que hice; está creciendo de nuevo, poco a poco ¿y saben algo?, creo que tengo como ganas de dejarme crecer el pelo.
Gráfica: Trebison
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