Rememorando un poco, el mexicano Guillermo del Toro respaldó el film de Juan Antonio Bayona, El Orfanato, quién supo narrar la historia de un lugar perturbado por una ánima que se reúsaba irse; Bayona mantuvo esa misma esencia de terror en una faceta más musicalizada cuando dirigió el video “Frente a frente” de Enrique Bunbury.
Del Toro, a quien le conocemos importantes cintas como El Espinazo del Diablo, Blade II, la saga Hellboy o El Laberinto del Fauno mantiene su trabajo como productor apoyando ese cine de fantasía y ciencia ficción que tanto le apasiona. En esta ocasión apuesta por el trabajo de Guillen Morales. Otro director español que comparte una trama densa en su narración y solida en la puesta en escena. Respaldada por una gama importante de actores que permiten abrir esa forma de suspenso.
Guillen Morales desglosa, en el guión que escribió junto a Oriol Paulo, la continua atmósfera de suspenso que se apoya en la actuación de Belén Rueda, firme en sus diálogos e intensa en las situaciones más insólitas del film. El tratamiento de la historia, reitera en todo momento, recrear un aura silente y pausada, pero Morales retoma un giro interesante de la trama que va dirigida al terror creado por la mente humana, nutrida de la obsesión de un hombre vil y dominante.
La narración está ausente de hechos sobrenaturales, aunque prevalece la intensión del director por mantener esa idea al dejar expuesta una delgada línea de incertidumbre entre la realidad y los traumas que someten a Julia. El propósito de la protagonista, no va solo dirigido a la revelación de un asesino, sino al envolvente miedo que le debemos (todos) a la posibilidad de quedar excluidos del sentido visual, indispensable recurso de nuestra rutina. Por cierto, los ojos cubiertos por el intenso azul pálido de algunas personas invidentes que aparecen en el film, son algunas de las imágenes más terroríficas e impactantes. Sus actores recurren a expresiones tan abominables que se les deja marcado en su rostro esa intensa búsqueda por adivinar, a través de sus otros sentidos, lo que acontece en su entorno; manteniendo esa mirada inútil perdida en el horizonte.
El antagonista de Los ojos de Julia lo interpreta Pablo Derqui (Iván). Un personaje enigmático, según la percepción que le ofrece Créspulo (Conserje del Hotel donde estuvo Sara) a Julia revelándole una singular descripción del acompañante de su hermana: un hombre invisible; personas que nacen sin luz alguna y que quedan totalmente aisladas e ignoradas por la sociedad que les rodea. Esta particularidad transforma ese elemento simbólico que sostiene la historia; la importancia inquietante de la visión. Sin ella tendríamos que recurrir a otras formas para ser vistos. Como Iván, ausente para las personas que observan y decidido a hacerse sentir sin importar las consecuencias.
La fotografía de Óscar Faura trabaja en las tomas subjetivas de Julia, quién nos permite experimentar la pérdida de la visión y mantenernos conectados ante el reducido portal visual de la protagonista. El trabajo con los ojos de Julia es tan riguroso que, incluso en los momentos en que a ella se le impide ver, los rostros de los personajes no se visualizan, a pesar de haber aparecido previamente. Guillen Morales trabaja de la mano con la incertidumbre a la que está sujeta Julia durante su tiempo a ciegas.
Como último dato importante del film, se vemos la relación de Julia y su marido Isaac (Lluís Homar) que propagan el apasionado amor que les une. Una relación perfectamente diseñada para el guión; que no necesita de adolescentes con hormonas explosivas y neuronas limitadas en un viaje vacacional alejados en una casa de campo.
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