Aunque sea difícil encontrar el origen del famoso cuento de la Caperucita roja, no deja de ser una de las historias más importantes e indispensables de la vida de cada niño. Ya sea que esté impreso en un cuento de hadas, estimulado en las escuelas o sea utilizado como método para conciliar el sueño, todos conocemos a caperucita.
Sin embargo, es desilusionante expresar mi gran decepción (aunque era previsible) sobre la última obra de Catherine Hardwicke La chica de la capa roja, quien intenta, y no logra, tonificar con un guión pobre este fabuloso relato.
La chica de la capa roja desalienta a primera vista con las vacías actuaciones; tan frías como las montañas en las que se encuentran habitados los personajes. Desde su protagonista, Amanda Seyfried (Valerie), cuya belleza no opaca su poca verosimilitud, hasta su enamorado Peter (Shiloh Fernández). Esta endeble “historia de amor” intenta parecer intensa ante el compromiso de Valerie con Henry (Max Irons). Por otro lado, Gary Oldman, cuya interpretación descubre a un personaje (Padre Solomon) perturbado por la muerte de su esposa, se manifiesta sincero en su interpretación. Lo único bueno.
Se pretende reavivar la auténtica historia del “Hombre lobo”; véase las referencias como la plata que lastima al monstruo y la simbología de la luna llena. Sin embargo, las intensiones del guión de David Leslie Johnson ofrecen mantener un suspenso efímero en la identidad del gran “Lobo feroz”. Conforme se tratan de recoger pistas para descubrir el responsable de los asesinatos (quien se encuentra oculto entre los habitantes), la trama se enriquece de pobres y marcadas insinuaciones que no desembocan a ninguna parte, revelando participaciones innecesarias que no brindan nada al argumento inicial (SPOILER: Una de sus compañeras desea que maten a la protagonista). Por lo tanto, no sirve de nada hacer referencias a un hombre lobo que oculta un pobre y desdichado final.
Las voces en off, dentro de una película de ficción, en su mayoría son utilizadas cuando son totalmente necesarias. La intensión de contextualizar la narración representadas en ideas ya muy obvias que reiteran, y redundan lo ya evidente, causa un efecto desacertado en el film.
Parece ser que, de la filmografía de Hardwicke, sus primeras cintas, de condición más independiente, han obtenido un mejor tratamiento, mejores resultados. Como el drama descarrilado de una joven adolescente en Thirteen (2003), o los inicios de los exponentes más importantes del Skate (patineteros) en Los amos de Dog Twon. Sin embargo, en esta última entrega no logra desligarse de la melosa (y ridícula) aura que recreó en su cuarta película, Crepúsculo. Obteniendo así el cursi melodrama romántico de “los vampiros brillantes” pero con la presencia de un Licántropo. Mal hecho, muy mal hecho.
a mi me gusta la pelicula pero nunca termine de verla jajaja.........(AGUS)
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