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miércoles, 29 de septiembre de 2010

No me gustan las cotufas en el cine

¿Por qué no me gustan? Porque encuentro mi apetito indiferente hacia ellas. No las odio, pero no les veo ningún atractivo. Puedo comer una que otra, quizás la ocasión, pero no resultan indispensables para mí.

De entrada a la sala, es impresionante ver como personas, desde la fila en la que esperan, mastican y mastican las pálidas y acolchadas “palomitas”. ¿Quién determinó que ellas formaran parte de la analogía gastronómica cinematográfica? Tal como lo son los refrescos, chocolates, nachos, perros calientes, etc.

Repito, no me gustan. No me gusta su olor mientras el aceite las fríe. No me gusta oírlas triturarse a mis espaldas y rededor por aquellos golosos que presumen haber ido a “ver la película”. No me gusta verlas caer por el descuido de una persona despistada; para luego tener que pisarlas a la entrada o salida. Pero sobre todo, detesto cuando su función se convierte en un “arma letal”. Letalmente ridícula para quienes se lucen arrojándolas por todo el lugar mientras se proyecta el film.

¿Qué les ven? ¿Será su color blanco que causa algún tipo de atracción? Tal vez sea la atractiva cajita en donde vienen, o quizás sea la forma en que bailan desesperadas por salir de la olla cuando están listas. ¿Por qué hacer una cola tan larga por ellas? ¿Sacrificar un cómodo asiento realmente lo vale?

Ni con mantequilla ni con sal. Ni grandes o pequeñas. Ni en combo ni solas. No las quiero para amortiguar la cena ni acompañar a una “jeva”. No me gustan las cotufas en el cine.


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