Eso mismo me ocurrió cuando terminé de leer Kurt Cobain: Diarios. Una obra, que si bien es extraño calificar como una pieza artística, se encarga de reagrupar una serie de textos realizados por el joven y eterno músico de Seattle. Entre cartas, borradores de canciones, canciones, ridiculeces, dibujos, rarezas y anécdotas; Cobain revela sus más profundas inquietudes, sus pensamientos más recónditos y personales que atrofiaban su percepción del mundo.
El libro lo conforman distintas anotaciones que realizó desde sus inicios con Nirvana hasta ya avanzada la última gira de esta banda de rock. A su vez, la narración va en conjunto con la evolución de la agrupación. La fila interminables de bateristas hasta la llegada de Dave Grol, su aprecio por Krist Novoselic y Mark Lanegan (vocalista de Screaming Trees). Su admiración y amistad con la agrupación Melvins. La fulminante fama y el precio de ella.
El fondo y la forma de las palabras de Cobain nos acercan un poco más a la posibilidad de comprender su vida y las distintas concepciones que tenía sobre ella. Alejado de esa imagen icónica por la que se le ha conocido, conocemos otra faceta de Cobain; más sensible, inseguro, con muchísimos temores y desinhibido de la etiqueta de estrella de rock.
Compré este libro con la firme idea de entender el comportamiento de tan excéntrico ser humano, obsesionado con la homosexualidad y afectado enormemente por el modelo plástico y estereotipado de la vida norteamericana. Pero lo que encontré fue un abismo muchísimo más profundo. Sus textos dejan una ventana entreabierta de lo que era realmente. Nos dejó más preguntas que respuestas; aunque la auténtica, su auténtica verdad, se la llevó para siempre.
Lean y sumérjanse en esta lectura. Escuchen su música mientras leen. Lean entre líneas para descifrar su mensaje. Rememoren los pasos de un artista tan incomprendido por todos y por si mismo.
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