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miércoles, 11 de agosto de 2010

El Regreso: Pasiones encontradas

La deslumbrante idea de hacer una película que contenga pocas exigencias en cuanto a su producción, se transforma en algo arduo y pesado. Pocas veces envuelve una historia en donde la conformación del guión y las actuaciones determinan las razones por las que será recordada.

Innumerables películas nos dan una lección sobre ello, desde aquel ejemplo del comportamiento de una reducida sociedad en ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), hasta de quien quiero hablar hoy, El Regreso (2004). Una película rusa del director Andrey Zvyagintsev. Merecedora de prestigiados premios como el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia y Premio a la película revelación en el los Premios de Cine Europeos.

Dos niños, Andrey e Iván se encuentran en una inesperada tarea, su padre que ha estado ausente durante 12 años, regresa a su hogar para pasar más tiempo con sus hijos. Desde el comienzo, ambos personajes tienen una reacción distinta con respecto al retorno del hombre. Andrey se entusiasma con la idea de compartir y aprovechar el perdido integrante de la familia. Mientras que Iván se muestra distante y rencoroso; le es difícil aceptar este nuevo cambio.

Los niños van reconociendo el temperamento de su apático y en ocasiones, cruel padre. Poco a poco la historia nos envuelve incesantemente. Contiene una narración pausada pero continua, llena de tensión y suspenso. La poca música de las escenas, mejor dicho, el silencio de las escenas, recrea una atmosfera pesada que recae sobre el comportamiento de los personajes.

Encuentro tres elementos que hacen de esta película una obra completamente extraordinaria.

En primer lugar, en cuanto al factor técnico se refiere y recobra el papel artístico que le corresponde, la dirección de fotografía; a cargo de Mikhail Kritchman. Ayuda a experimentar esa sensación de angustia dentro de la abundante tranquilidad. El desplazamiento de cámara retrata los asombrosos bosques de Rusia y sus lagos, incluido el Lago Ladoga.

Un guión de Vladimir Moiseenko y Alexander Novototsky que define un trabajo solido y creíble. Reconstruye una trama impecable, donde los personajes son víctimas del enigma que experimentan diariamente, sumergiéndose en un mar de dudas y caprichos.

Y por último y no menos importante, la interpretación de Ivan Dobronravov como Ivan, el hijo menor. Se me dificultan las palabras, las frases y los adjetivos que deslumbran, con cada escena, la actuación que el muchacho ejecuta. Descubre una inmensa sensibilidad humana, sincera como la historia misma y verosímil para su estructura narrativa. Es lo que mantiene los ojos sumergidos en un libreto magistralmente fabricado.

Dificulto que recuerde el nombre de estos personajes, por la complejidad de su idioma. Pero es imposible olvidar a tan eficiente cinta. Aplaudo la idea de maravillarnos con este tipo de films, que nos recuerdan, a pesar de ese inagotable bombardeo vacio, trivial y cegador, que el cine se ha creado para hacer de ello un incuestionable arte visual.

SOPILER: Para la parte final de la película, vemos que exhiben las fotos del viaje que tienen los niños con el padre. Curiosamente, interpreto esta acción como una metáfora, en donde se esconde una cruda realidad detrás de una conformación de imágenes, la de las fotografías. Es intrigante también, el hecho de que el padre no sale en ninguna, como si el viaje lo hubiesen realizado solo los muchachos. Inquietante dato que aporta inexactitud a la historia, pero que debe ser fundamental para reconocer nuestra interpretación.


TRAILER

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