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miércoles, 29 de septiembre de 2010

No me gustan las cotufas en el cine

¿Por qué no me gustan? Porque encuentro mi apetito indiferente hacia ellas. No las odio, pero no les veo ningún atractivo. Puedo comer una que otra, quizás la ocasión, pero no resultan indispensables para mí.

De entrada a la sala, es impresionante ver como personas, desde la fila en la que esperan, mastican y mastican las pálidas y acolchadas “palomitas”. ¿Quién determinó que ellas formaran parte de la analogía gastronómica cinematográfica? Tal como lo son los refrescos, chocolates, nachos, perros calientes, etc.

Repito, no me gustan. No me gusta su olor mientras el aceite las fríe. No me gusta oírlas triturarse a mis espaldas y rededor por aquellos golosos que presumen haber ido a “ver la película”. No me gusta verlas caer por el descuido de una persona despistada; para luego tener que pisarlas a la entrada o salida. Pero sobre todo, detesto cuando su función se convierte en un “arma letal”. Letalmente ridícula para quienes se lucen arrojándolas por todo el lugar mientras se proyecta el film.

¿Qué les ven? ¿Será su color blanco que causa algún tipo de atracción? Tal vez sea la atractiva cajita en donde vienen, o quizás sea la forma en que bailan desesperadas por salir de la olla cuando están listas. ¿Por qué hacer una cola tan larga por ellas? ¿Sacrificar un cómodo asiento realmente lo vale?

Ni con mantequilla ni con sal. Ni grandes o pequeñas. Ni en combo ni solas. No las quiero para amortiguar la cena ni acompañar a una “jeva”. No me gustan las cotufas en el cine.


Preludio y El fugitivo de José Ramos Sucre

Preludio

Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado del brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.

El Fugitivo

Huía ansiosamente, con pies doloridos, por el descampado. La nevisca mojaba el suelo negro.

Esperaba salvarme en el bosque de los abedules, incurvados por la borrasca.

Pude esconderme en el antro causado por el desarraigo de un árbol. Compuse las raíces manifiestas para defenderme del oso pardo, y despedí los murciélagos a gritos y palmadas.

Estaba atolondrado por el golpe recibido en la cabeza. Padecía alucinaciones y pesadillas en el escondite. Entendí escaparlas corriendo más lejos.

Atravesé el lodazal cubierto de juncos largos, amplectivos, y salí a un segundo desierto. Me abstenía de encender fogata por miedo de ser alcanzado.

Me acostaba a la intemperie, entumecido por el frío. Entreveía los mandaderos de mis verdugos metódicos. Me seguían a caballo, socorridos de perros negros, de ojos de fuego y ladrido feroz. Los jinetes ostentaban, de penacho, el hopo de una ardita.

Divisé, al pisar la frontera, la lumbre del asilo, y corrí a agazaparme a los pies de mi dios.

Su imagen sedente escucha con los ojos bajos y sonríe con dulzura.

José Ramos Sucre manifiesta una profunda y apasionada forma de desentrañar el dolor y sufrimiento que consigue atormentar a muchos: la vida misma, por medio de su poema Preludio. Un personaje totalmente atormentado, se expresa desgastado y recurre a la muerte como su única vía de escape.

Por otra parte El fugitivo se describe en un entorno similar (negativo) pero donde el sufrimiento es causado por un factor puntual, la sociedad. No muy recurrente en el texto, pero si persistente en sus palabras, que describen miedos y paranoias. Para su desarrollo, ofrece a la mente, un trabajo de reconstruir hechos, prometidos en salpicados datos; de esta manera permiten generarnos varias dudas. ¿A que le huye? ¿Por qué le huye? Sin embargo, la esperanza brota para sí mismo una vez que pisa frontera, que quizás sea su tierra, debido a la analogía, que dentro de tanta desdicha narrada, va referida a Dios.

Ramos Sucre muestra una constante afinidad por lo que perturba al ser humano. Sus dos poemas mencionados actúan como un espejo de su interior, un espejo que tal vez podamos relacionarlos con las causas de su muerte.